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<title>Església Evangèlica de Betlem</title>
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<description>Somos una iglesia evangélica en Barcelona situada en el barrio del Clot de Barcelona y dispuestos a ser una iglesia móvil.</description>
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<title>Bon Nadal 2015!</title>
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<pubDate>Fri, 25 Dec 2015 06:29:00 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Església Evangèlica de Betlem]]></dc:creator>
<category><![CDATA[Noticias]]></category>
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<description><![CDATA[L’església Betlem us desitja molt bon Nadal i un feliç 2016 En la ciudad de David les ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor.»‭‭LUCAS‬ ‭2:11
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">L’església Betlem us desitja molt bon Nadal i un feliç 2016
En la ciudad de David les ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» ‭‭LUCAS‬ ‭2:11
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<title>Una vida que se va y una vida por delante</title>
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<pubDate>Mon, 30 Nov 2015 23:05:55 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
<category><![CDATA[Opinión]]></category>
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">Hoy despedimos a una mujer llamada Agnès. Tenía 91 años y era viuda hace 2 años. La visité al final del verano en la residencia donde vivía. Fui junto con un compañero que es capellán de ancianos. Ella estaba contenta y le hacía bromas a mi compañero, porque se casó un año atrás: “Narcís, tienes que traer a tu mujer, para que hable con ella, le diré que tipo de persona eres, no te la mereces” -y reía, reía con ganas.
Hoy duerme, duerme en el Señor, como decimos en el lenguaje evangélico. Pero la vida de Agnès es ahora una memoria hecha de esa alegría, de anécdotas que recuerdan las personas que conocieron a Agnès. La memoria de sus luchas, su vida compartida con su compañero de largos años. Recuerdo lo que Agnes me decía hace 2 años, cuando murió su esposo, Antonio: “era un hombre bueno, era un hombre bueno”. Lo repetía como una forma de retener algo de quien se ausentaba por vez primera de su vida.
Una vida que se va es una vida irrepetible. Jamás volverá a existir nadie igual a ella. Nunca más. Es lo que hace única, y extraordinaria, una vida. Por eso tenemos el deber de honrar la memoria de quienes nos precedieron, de quienes han dado algo para que nuestra vida sea posible. Es un deber sagrado: que hagamos memoria, que la construyamos al tejer los recuerdos con los significados y los retos de la vida presente y por venir.
Una amiga, otra hermana en la fe, me decía: se tiene que recordar lo que Agnès, y Antonio, contribuyeron por su fidelidad al evangelio: siempre estaban allí, colaborando, sirviendo. En tareas ecuménicas, con personas de otras confesiones, con otras mujeres que promovían el Día Mundial de oración de las mujeres, y muchas actividades que requerían el trabajo de equipo y, sobre todo, el compromiso fiel.
Agnès era afable, una mujer muy cordial, de sonrisa fácil. Pero también sabía luchar, oponerse, levantar su voz. Recuerdo que años atrás, en una reunión donde ella expuso algunas exigencias de su comunidad, frente a otras personas que representaban lo institucional, me sorprendió escucharla poner los puntos sobre las íes. Habló de modo contundente, firme, preciso, casi agresivo… porque no se trataba de capricho alguno, puesto que ella era, en ese momento, la voz de su comunidad.
Cuando una vida se termina advertimos que la vida es efímera. Pero también descubrimos que la vida persiste de otro modo, como un soplo distinto al aliento de vida: descubrimos el aire fresco de los trozos de memoria, sentimos el fuerte soplo que da el testimonio de la fidelidad, percibimos la fuerza de sus convicciones, de aquellos sueños que persiguieron personas como Antonio y Agnès.
Agnès se ha ido y ahora comienza el efecto de su memoria. Porque ahora su memoria es la voz que acompaña, que nos bendice, para que vivamos conforme a los compromisos necesarios, para que vivamos la fidelidad conforme a la vocación con que somos llamados. Para algunos y algunas, ese llamado será la voz misma del Señor que amaron Agnès y Antonio. Es el tiempo de la vida. Gracias Agnès, y que en la vida por venir sea bendita tu memoria.
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<title>Después de París… retos antiguos y nuevos</title>
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<pubDate>Tue, 17 Nov 2015 23:10:44 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
<category><![CDATA[Opinión]]></category>
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<description><![CDATA[La conmoción de los atentados terroristas en París nos coloca frente a retos, algunos nuevos y otros no. Ante todo, la primera respuesta necesaria es el repudio a la violencia terrorista y el rechazo absoluto a quienes usan el nombre de Dios para asesinar. Enseguida vienen a la mente las vidas segadas en un momento: […]
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">La conmoción de los atentados terroristas en París nos coloca frente a retos, algunos nuevos y otros no. Ante todo, la primera respuesta necesaria es el repudio a la violencia terrorista y el rechazo absoluto a quienes usan el nombre de Dios para asesinar. Enseguida vienen a la mente las vidas segadas en un momento: mujeres u hombres asesinados, familiares o sus amigos que se han quedado con el vacío y la rabia inconmensurable, muchos jóvenes cuyas vidas han sido arrebatadas y muchas personas gravemente heridas.
Es algo que nos hace sentir la muerte, y la amenaza del terror, de manera cercana. Sobre todo en estos tiempos en que se banaliza la muerte de otros, cuando vemos imágenes de asesinatos en las pantallas y nos parecen ajenas, porque han ocurrido en Beirut, en Siria, en Damasco… o en muchos otros lugares. Pero ahora, son personas próximas… y esto muestra lo ajenas que están las otras víctimas, de países no occidentales. Esto muestra el racismo que habita nuestras miradas.
Se han hecho llamados, entre las personas creyentes, para orar por los deudos, para recordarles en la plegaria. La oración es quizá el acto más débil y profundo que se tiene desde la experiencia del dolor, de la fragilidad. Se clama a Dios desde allí, desde el lugar de quienes sufren ante lo inexplicable, ante el rostro del mal.
Pero, junto con las oraciones, otra tarea necesaria es comprender. Es importante esforzarse para comprender lo que ha ocurrido, lo que forma parte del contexto y también las implicaciones de esas condiciones. Esto es importante para no caer en simplificaciones que sólo alimentarán la xenofobia y serán material para los grupos y partidos fascistas, o para grupos religiosos fundamentalistas, que los hay tanto cristianos como musulmanes. Entre otras tareas, se tiene que recordar <a href="https://www.facebook.com/cnnencuentro/videos/1077980902235936/?pnref=story">la historia reciente de la región</a> donde se asienta el llamado Estado Islámico, para reconocer <a href="http://www.eltiempo.com/mundo/europa/ataques-en-paris-analisis-de-los-atentados-terroristas-en-francia/16431196">los factores que han hecho posible su aparición</a>.
Para los creyentes, o para los no creyentes, para la gente de buena de voluntad, es muy importante no caer en las etiquetas o en las muchas expresiones que fomentan la islamofobia, como quienes dicen con ligereza que los creyentes musulmanes no condenan con fuerza suficiente el terrorismo (esto no es así, <a href="http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/11/16/catalunya/1447705523_085305.html">cf. nota de su protesta en Catalunya</a>) o quienes repiten que el Islam es una religión de violencia (<a href="http://www.catalunyareligio.cat/es/articles/justo-lacunza-islam-no-te-permite-mates-tu-vecino?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter">cf. opinión de experto Justo Lacunza</a>).
Mucho se ha comentado, especialmente en las redes sociales, sobre la hipocresía de Europa o los Estados Unidos frente a la amenaza terrorista: sea porque involucra la industria armamentista occidental (España es, por cierto, un importante país productor de armas) o porque hay muchos países que financian el Estado Islámico, ya sea de modo directo o indirecto (<a href="http://www.publico.es/internacional/financian-al-islamico.html">cf. nota de prensa</a>). También se tiene el temor de que se quieran justificar políticas de seguridad que sólo potencien el odio y el miedo, y que se echen por tierra políticas humanitarias hacia los miles de refugiados.
¿Cómo se puede acompañar la oración con acciones coherentes al evangelio? ¿Cómo orar después de París? ¿Qué hacer? Seguramente se podría debatir y decir mucho, pero creo que al menos hay dos cosas elementales que se pueden plantear de entrada:
1) Es fundamental que se cultive el diálogo inter-religioso y se propongan experiencias de encuentro entre las diversas comunidades de fe y también con personas no creyentes. Sólo cuando te miras a los ojos, cuando aprendes los nombres y las historias de los otros, cuando incluso compartes la misma mesa, es cuando somos capaces de exorcizar el fantasma del odio religioso.
2) En ese diálogo se tiene que ejercitar también la crítica, respetuosa y valiente, que reconoce las diferencias, pero que también expresa la posibilidad de hacer espacio a quienes tienen ideas y prácticas distintas, con la capacidad de aceptar una diversidad que alcanza hasta donde alcanza la dignidad de toda persona.
Esto supone que los grupos religiosos, incluyendo los cristianos, tienen que aprender también la auto-crítica, de un modo que permita atravesar los odios atávicos hacia los que no creen como los otros y tampoco comparten el mismo estilo de vida. Se trata del reto de caminar con las convicciones tendiendo la mano a quien tiene otras, mirando a los ojos a quien no parece mi hermano (y hay quien me dice que es mi enemigo) y reconociendo que su humanidad es semejante a la mía.
Son retos seguramente nada novedosos, que tienen que ver con el ejercicio de una ética que no hace contra otro, lo que no se quiere para sí mismo. Es el reto de no caer en las garras del terror. Es el reto del perdón difícil, porque el odio es un camino también autodestructivo. Es el reto de usar el fuego, no para quemar enemigos, sino para cocinar y calentar una casa que nos hospede a todos.
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<title>El encuentro con Cristo ¿qué significa?</title>
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<pubDate>Tue, 14 Jul 2015 12:06:03 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
<category><![CDATA[Opinión]]></category>
<category><![CDATA[encuentro]]></category>
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<description><![CDATA[En un diálogo interreligioso en que participé la semana pasada, mi amigo Gurdit Singh (practicante del sijismo) me preguntó sobre algo que yo había dicho: ¿qué quieres decir con eso de que en el cristianismo evangélico es muy importante la experiencia del encuentro con Jesucristo? En mi respuesta, intenté explicarle sobre la centralidad que tiene […]
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">En un diálogo interreligioso en que participé la semana pasada, mi amigo Gurdit Singh (practicante del sijismo) me preguntó sobre algo que yo había dicho: ¿qué quieres decir con eso de que en el cristianismo evangélico es muy importante la experiencia del encuentro con Jesucristo?
En mi respuesta, intenté explicarle sobre la centralidad que tiene para mí, y para todo evangélico, la experiencia espiritual del encuentro con Jesucristo, pero no estoy seguro de haberlo explicado del todo bien. Aquí intento decirlo nuevamente, ojalá que un poco mejor.
San Pablo, en Efesios 1:3-14, explica con singular profundidad todos los efectos, y todo lo previo y lo denso, del encuentro con Jesucristo, en una expresión muy suya, que es “en Cristo”, es decir unidos o siempre vinculados a él: en Cristo somos bendecidos por Dios, elegidos, predestinados, adoptados como hijos, redimidos.
Pero me gustaría expresar la experiencia del encuentro con Jesucristo de otra manera, al modo narrativo. ¿Cómo es que tú (o yo) has encontrado a Cristo? ¿Cómo tiene lugar el encuentro y de qué manera tiene significado en tu (o mi) vida?
Primero, un día le conoces. Así, nada más. Te lo encuentras o, más bien, él te encuentra a ti. Es como lo dice Albert Schweitzer, en su famoso libro “The Quest of Historical Jesus”:
<blockquote>Al igual que un día se apareció a orillas del lago ante las gentes de Galilea, que no sabían quién era, Jesús vuelve a presentarse hoy ante nosotros, como un desconocido sin nombre. Y nos dice [te dice] lo que les dijo a aquellos: ¡Tú, sígueme!</blockquote>
Así pues, al encontrarte, te llama, te convoca. Es por atracción, por una especie de seducción o de extraña simpatía que te sientes interpelado. Te invita a realizar tareas que nunca habías imaginado para tu vida, que no entraban en tu proyecto de vida. Como les ocurrió a aquellas gentes, a orillas del lago de Galilea, cuando les llamó y les dijo “yo os haré pescadores de hombres”. ¡Qué vocación mas rara! ¿pescadores de personas? Seguramente ninguno comprendió nada. Pero le siguieron.
Y, luego, comienza el camino. Caminas con Jesús y aunque le haces de compañía, es él quien te acompaña. Te guía con sus pasos pero te deja andar por ti mismo. Te enseña con sus palabras y escucha las tuyas, hasta que por momentos las palabras se hacen una misma voz, la voz del corazón que te palpita ante cada desafío. Te espera, cuando te desvías del camino y te sostiene cuando caes. No impide que te equivoques, porque jamás suplantaría tu libertad, pero se queda contigo, siempre, siempre.
Y, en este camino de discípulo, te descubres en él. Ya no te miras en el espejo de la mirada tiránica del mundo ni en el espejo de los juicios implacables que te han definido en el pasado. Ahora ya no hay espejos, porque el miedo desaparece y en él, en Jesucristo, te sabes parte de algo que te incluye, de un abrazo inmenso, de una vida que por fin es tuya, la pertenencia a lo que siempre fuiste.
Es cierto que aún caminas, que nada es definitivo, pero ahora te acompaña la esperanza. Ahora puedes confiar, porque sabes que tu identidad, que tu vida, está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:1). Caminas con Jesús, como su amigo, porque definitivamente para ti es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6).
Esto es lo que quise, hubiera querido responderle a mi amigo Gurdit, quien piensa cada día en Dios como se lo pide su fe, cuando me preguntó en qué consiste la experiencia del encuentro con Jesucristo. Quería decirle que ese encuentro se realiza en la vida, como descubrimiento de la persona de Jesús y como descubrimiento de sí mismo. Como bellamente lo expresó Albert Schweitzer:
<blockquote>
A quienes obedezcan a su llamado, sean sabios o iletrados, se les revelará él mismo en la experiencia de paz, de acción, en las luchas y las duras tareas, como consecuencia de la comunión con él. Al final descubrirán, como un inefable misterio, quién es él.
</blockquote>
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<title>Bautismo infantil, aprendizaje de una nueva mirada</title>
<link>http://www.esglesia-betlem.org/bautismo-infantil/</link>
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<pubDate>Thu, 25 Jun 2015 15:15:19 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
<category><![CDATA[Opinión]]></category>
<category><![CDATA[bautismo infantil]]></category>
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<description><![CDATA[Gregorio de Nisa (siglo IV) escribió una bella formulación sobre el bautismo: Hemos sido bautizados, como nos ha sido mandado; creemos conforme a como hemos sido bautizados; y sentimos como creemos. Así, sin discrepancia alguna, el bautismo, la fe y la gloria consisten en que hay un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo. La […]
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]]></description>
<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">Gregorio de Nisa (siglo IV) escribió una bella formulación sobre el bautismo:
<blockquote>
Hemos sido bautizados, como nos ha sido mandado; creemos conforme a como hemos sido bautizados; y sentimos como creemos. Así, sin discrepancia alguna, el bautismo, la fe y la gloria consisten en que hay un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo.
</blockquote>
La fórmula de Gregorio, uno de los padres Capadocios, se actualiza cada vez que participamos del bautismo de un niño o una niña pequeños.
En el acto del bautismo infantil, sencillo y profundo a la vez, recordamos que Lutero dijo que cuando se bautiza a un bebé es más evidente para todo mundo que somos salvados por la gracia de Dios, y que no hay ninguna virtud ni mérito de parte nuestra. Efectivamente, allí está esa pequeña niña: nos mira y no sabe lo que sucede, no tiene una fe en el sentido de una persona adulta y tampoco tiene una historia donde haya experiencias de conversión ni de santidad. Un bebé es un ser humano desnudo. Sin méritos ni prestigio. Pero en sus ojos hay una confianza plena, que se confirma en la mirada hacia su madre y su padre.
En la tradición anabaptista se denomina “bautismo de creyentes” al bautismo de adultos. Pero el bautismo de niños es también un bautismo de creyentes, puesto que el acto se realiza por padres que son creyentes en Jesucristo y rodeados de una comunidad de fe, en la que todos/as compartimos la experiencia de haber recibido el don de la fe, por la gracia de Dios. ¿En qué consiste esa fe? En la confianza que se asienta en una larga historia de fidelidad por parte de Dios. Es la confianza que deriva de la fidelidad de una Alianza con Dios, un pacto que no se rompe porque por medio de su Espíritu Santo, Dios nos confirma que está siempre en medio de nosotros.
Así como en los votos de una promesa de amor (como los amantes que se casan) se dan la señal de un anillo, así el pacto de Dios con nosotros se ha confirmado con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús el Cristo. El agua del bautismo simboliza, en el ritual vivo que nos reúne en torno al bebé bautizado, esa experiencia de pertenencia al Dios que nos salva por su amor. Porque en la salvación hay un misterio que se llama Jesucristo, y ese misterio es la sobreabundancia de su amor.
Pero hay algo más que necesitamos recordar, delante de un momento tan gozoso como el bautismo de una niña pequeña, y son las palabras de Jesús: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios (Mc 10:14). Jesús nuevamente nos deja delante del misterio: ¿en qué sentido el Reino de Dios es de los niños? y ¿qué significa hacerse como niño para entrar en el Reino? Todos los adultos que tenemos niños bajo nuestro cuidado sabemos que nos corresponde educarles, con todo lo que ello implica de responsabilidad y cuidado. Para los padres creyentes esa educación supone tener como horizonte el enseñar a sus niños a “amar a Dios por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a si mismos”. Pero ¿qué significa que el reino es suyo y que hemos de hacernos como estos niños o niñas pequeños? Jesús nos desafía con estas palabras que sorprenden y nos colocan frente a estos pequeños, que son tan pequeños/as.
Quisiera decir algo sobre una manera de entender que el Reino de Dios pertenece a los pequeños. Me refiero a su mirada. Los ojos de los niños pequeños están encantados: son capaces de mirar con asombro y se maravillan. Ven el mundo por vez primera y, en esa mirada encantada, son capaces de enseñarnos que es posible tener otra mirada, otro punto de vista sobre la realidad. En este sentido, los niños nos educan a los adultos cuando nos devuelven esa capacidad de asombro, esa posibilidad de mirar el mundo con una belleza que hace tiempo que perdimos.
Hace tanto tiempo que olvidamos esa capacidad del ojo infantil, hace tanto que nos acostumbramos a la mirada educada por el razonamiento, que también hemos olvidado el desafío de Jesús, delante de una niña o niño pequeño, delante de su bautismo. Sobre esa mirada, <a href="http://mestreacasa.gva.es/c/document_library/get_file?folderId=500007949135&name=DLFE-373677.pdf">nos dice Rubem Alves</a>, que “para los niños, todo es maravilloso: un huevo, una lombriz, una concha de caracol, el vuelo de las mariposas … una peonza en la tierra. Cosas que los eruditos no ven”. Siempre escuchamos decir que los niños no tienen experiencia de fe, en el sentido de la confesión que se hace de una experiencia religiosa, pero eso no significa que los niños no tengan experiencia de Dios. Después de todo, ¿no es así como se nos da testimonio de las experiencias místicas o de los momentos poéticos en que buscamos el regazo de Dios?
Quizás volverse como niños, tal como nos dice Jesús, consiste en que nuestros ojos puedan mirar nuevamente a Dios. Verlo en cada hora y cada minuto de la cotidianidad. Ver a Dios en cada prójimo y en el rostro que vemos en el espejo, sin narcisismos ni vergüenza alguna. Que podamos ver y esperar, confiados en el Dios de Jesús, en el Padre que abre cada día sus brazos para recibirnos. Se trata, a fin de cuentas, del misterio de la presencia de Dios, que se nos recuerda en el acto del bautismo. Un misterio que también quiere expresar la fórmula de Gregorio de Nisa, cuando nos dice que allí hay un Padre, hay un Hijo y hay un Espíritu Santo, sin discrepancia.
Al ser testigos del bautismo, recordamos que también fuimos bautizados. Recordamos el agua que nos bautizó y meditamos en el misterio del amor de Dios. Pero podemos hacerlo un poco como niños. Podemos hacerlo en la confianza de que es capaz un niño. Una confianza de niño o de niña, que es como lo dice este verso de Fernando Pessoa
<a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Cuando yo muera, hijito,</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Sea yo el niño, el más pequeño.</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Tómame en los brazos</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Y llévame dentro de tu casa.</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Desnuda mi ser cansado y humano</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Y déjame en tu cama.</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Y cuéntame historias, si acaso me despierto,</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Para volverme a adormecer,</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Y dame sueños tuyos para jugar</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Hasta que llegue cualquier día</a> 
 <a href="http://dramaengente.blogspot.com.es/">Que tú sabes cuál es.</a>
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<title>Pecado invisible</title>
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<pubDate>Thu, 18 Jun 2015 12:39:54 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">La vida en el Espíritu es la formulación que hace Pablo para definir la vida cristiana: a partir de la experiencia de encuentro con Jesucristo, con su cruz y resurrección, da inicio una forma de vida novedosa. No consiste meramente en un cambio de vida, en el sentido moral o en el sentido de estilo de vida, sino que consiste en una transformación a partir del poder del Espíritu del Jesús resucitado. Así lo dice la promesa de Jesús a los discípulos: “Y yo le pediré a Dios el Padre que les envíe al Espíritu Santo, para que siempre los ayude y siempre esté con ustedes. Él les enseñará lo que es la verdad.” (Juan 14:16-17, TLA).
La vida en el Espíritu o “andar conforme al Espíritu”, como también lo expresa Pablo (Romanos 8:1), consiste en una vida donde tiene lugar el proceso de transformación que el Espíritu opera en cada creyente y en la comunidad. Es una transformación en la cual se manifiesta, de manera actual, el poder de la resurrección, el poder de vida sobre la muerte. Este poder de la resurrección no tiene que ver meramente con una vida futura, sino con la vida presente, la vida histórica. Ese poder de la resurrección afecta el presente, pues se contrapone al modo en que funcionan las cosas en la sociedad; incluso es una amenaza contra el orden social, o para decirlo con un verso de la poeta <a href="http://inspiracionatrozos.blogspot.com.es/2013/04/amenazados-de-resurreccion.html">Julia Esquivel: “nos han amenazado de resurrección”</a>. La vida en el Espíritu es una vida afectada, transformada, por la resurrección.
Creo que para comprender mejor esta vida en el Espíritu, es necesario entender la noción de pecado. ¿Qué es el pecado? ¿Tiene sentido hablar de pecado hoy día o es un concepto antiguo que ya no dice nada? Habitualmente se asocia la idea de pecado con inmoralidades sexuales o con comportamientos “desviados de una norma”, pero esto no ayuda mucho porque produce un malentendido: suponer que es fácil saber qué es pecado y dónde se le halla. En las definiciones teológicas y las confesiones cristianas clásicas, se dice que el pecado es aquello que nos separa de Dios, que nos separa de la vida, que rompe el vínculo con el prójimo y, al final, también rompe el vínculo consigo mismo. El pecado nos aliena de todos y todo.
En la enseñanza del Nuevo Testamento el pecado es invisible. Creo que no hemos reparado mucho en esta enseñanza. El pecado no es tanto aquel comportamiento reprobable que miramos, sino algo que no es visible pero que es real y opera de manera efectiva. Por tanto, es importante superar el malentendido que asocia pecado con una “tipificación de delitos o desviaciones” (que es lo que hacen los códigos jurídicos o morales). El pecado, en cambio, tiene una dimensión de invisibilidad, de operar de manera inmanente pero sin que se le mire, como si fuera algo “natural”.
El pecado sólo se hace visible a partir de la fe. En el evangelio de Juan es muy común hablar de la fe como el acto de mirar, de abrir los ojos. Si de pronto podemos ver es porque antes no podíamos. Hay una ceguera, una imposibilidad de ver la realidad del pecado en la sociedad, que se termina cuando tiene lugar esa experiencia espiritual del encuentro de los discípulos de Jesús: se les abren los ojos, pueden mirar lo que se les revela por medio de Jesús, es decir que sus ojos pueden ver la presencia de Dios (Juan 1:39, 12:45; 14:9). El “poder ver” a partir del seguimiento de Jesús es una experiencia espiritual: viene dado por la gracia.
Y es por la gracia, la gracia del perdón, que se puede ver el pecado o los efectos del pecado. Previo a esa experiencia no es posible, porque el pecado no es visible: estamos ciegos espiritualmente a su realidad, a su operación y consecuencias. Pablo lo explica muy bien en la carta a los Romanos, cuando plantea que podemos caminar en el Espíritu porque “no hay ya ninguna condenación” (8:1ss). Y, en razón de esa nueva condición de “no condenados” se puede comprender el pecado, dice Pablo, como “la injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). Es importante la expresión de Pablo, sobre el “encarcelamiento” de la verdad, porque apunta a la manera como el pecado se invisibiliza, de manera que la verdad queda prisionera y no se la puede encontrar fácilmente.
Creo que esto se puede comprender mejor con un ejemplo contemporáneo: me refiero a la homofobia. Sabemos que la homofobia se refiere a una serie de prácticas, actitudes y posicionamientos que rechazan y excluyen a personas que no se ajustan a las normas de la heterosexualidad. Las personas homosexuales (y de otras identidades de género) padecen la homofobia como marginación, acoso, desigualdad, rechazo, como una violencia, naturalizada desde la posición que defiende la “vida normal”. Precisamente porque la homofobia forma parte de una polémica viva en la actualidad, lo comento como ejemplo del pecado invisible o la dimensión invisible del pecado.
Esto se comprende mejor si hacemos la analogía con otros “pecados invisibles” como el racismo o el machismo. Es importante reconocer la “estructura invisible” o el orden que hace posible su “no visibilidad”. Así, por ejemplo, el racismo no es algo que se pueda mirar, en la medida en que forma parte de un orden y se vive inmerso en él. La gente racista no se mira a sí misma como racista (yo no les discrimino, sólo que no les quiero en mi país y no les quiero junto a mis hijos). Si pensamos en el ejemplo histórico del apartheid en Sudáfrica (sistema legal entre 1948 y 1993, que discriminaba a personas negras, indias o “de color”), hemos de tener presente que dicho sistema se sostenía por las creencias, prácticas y actitudes que consideraban “normal” dicho orden social. La iglesia reformada holandesa apoyó el régimen del apartheid y <a href="http://news.bbc.co.uk/2/hi/despatches/africa/33032.stm">no fue sino hasta 1992 que reconoció el apartheid como pecado.</a> El racismo no se veía desde adentro de la posición dominante de los blancos. Los blancos no veían nada mal en ese orden. Era lo “natural”. Incluso, se podían hacer excepciones que, como premio a servicios especiales prestados al gobierno, otorgaban a los negros el título de “blanco honorario” o cuando hubo que hacer negocios con japoneses, se les daba ese título a personas asiáticas. Todo este relato del apartheid nos permite visualizar “lo invisible” del pecado, dicho casi como un oximoron. Costó mucho, y a muchas personas, lograr abolir el apartheid y fue necesario visibilizar aquello que no era visible. Desde la perspectiva de la fe cristiana, esto se formula así: el racismo se deriva del pecado, hay algo pecaminoso en la práctica del racismo.
Me parece que lo mismo pasa con la práctica del machismo y con la práctica de la homofobia (o la práctica del patriarcalismo y la heteronormatividad): operan como algo que penetra y atraviesa muchas ideas, gestos, decisiones, prácticas, emociones y actitudes que tienen como consecuencia la violencia sistemática contra mujeres o personas de identidad de género no heterosexual. Es la dimensión invisible del pecado, “la injusticia que aprisiona con injusticia la verdad”, el pecado que produce heridas y muerte, el pecado que rompe los vínculos y que instituye un mundo injusto, donde unos dominan y oprimen a los otros, pero es el pecado que logra instituir esa realidad como algo “natural”, incluso como algo legitimado por la religión.
Aquí es donde opera el poder de transformación del Espíritu de Jesucristo, porque abre los ojos. A partir de la experiencia de perdón sin límite del Padre de Jesús es posible una nueva mirada: el reconocimiento del pecado que está allí, en las creencias y prácticas que producen injusticia y cuyo fruto es la muerte (exclusión, rechazo, marginación). Pero no sólo se mira el pecado que era invisible, sino que se mira algo más importante: las posibilidades de un mundo nuevo, sin exclusiones, un mundo reconciliado, que en el lenguaje del Nuevo Testamento se llama Reino de Dios, nueva creación. Un sueño. El sueño de Dios, del que siempre nos habla Jesús por medio de sus parábolas y su vida. Y uno siente, entonces, que puede levantarse y trabajar por ese mundo, que puede tener nuevas fuerzas para contribuir a la transformación del mundo, conforme a la voluntad de Dios. Y no lo hacemos por nuestras solas fuerzas o ideas, sino que lo hacemos sostenidos y atravesados por el Espíritu de Jesucristo, que como dice Julia Esquivel, nos hace: Vivir muriendo / Caminar esperanzados / Y saberse resucitados.
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<title>Espiritualidad en plural: antenas que conectan con Dios</title>
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<pubDate>Mon, 08 Jun 2015 17:55:41 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Victor Hernández]]></dc:creator>
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner">¿Cómo experimentan las personas la presencia de lo trascendente? ¿Cómo tiene lugar ese tipo de experiencias que no tienen que ver con la utilidad ni la productividad, sino con algo que es “inútil” o incluso puede verse como “un lujo”? Al menos desde el punto de vista de la adaptación de una especie a su medio, a fin de sobrevivir, lo trascendente parece representar ese exceso, eso que es algo más y que llamamos lo trascendente (sea que tenga que ver con lo ético, lo estético, o con lo que llamamos “Dios”).
Y entre las personas que participamos de una vida comunitaria donde la fe en Dios es muy relevante (una iglesia) y que caminamos con esa fe como una convicción básica, también tiene lugar esa experiencia diversa para vivir la espiritualidad. Se trata de una diversidad que puede comprenderse como una variedad de “estilos de espiritualidad”.
Quizá no es la mejor metáfora, pero puede ser útil para comprender los diversos estilos de espiritualidad: es la imagen de una antena que conecta con Dios. Hay diferentes antenas que hacen contacto con los diferentes canales, pero en todos se hace contacto con el mismo Dios trino (Padre, Hijo, Espíritu Santo).
Los diversos estilos de espiritualidad expresan esa manera en que conectamos mejor, o más fácilmente, con la presencia de Dios: a veces por los sentidos y ante la belleza de la naturaleza o por el uso de la razón ante las verdades que muestran su armonía lógica, puede que nuestra antena responda ante la distinción de la verdad frente a la mentira o por medio del estudio y aplicación de textos bíblicos o puede ser por medio de experiencias de compartir la fe a otras personas, puede ocurrir esa experiencia de contacto con Dios en una práctica disciplinada de oración o en un momento explosivo de adoración a Dios, puede ocurrir en un momento silencio que se percibe la presencia de Dios o en la participación de un sacramento o un símbolo de la fe.
Son diversas maneras de relacionarse con Dios, antenas que expresan <a href="https://www.facebook.com/esglesiabetlem.org/photos/pcb.962147973816576/962147583816615/?type=1&theater">los estilos espirituales</a>: sensorial, racional, doctrinal, guiado o motivado por la Biblia, compartir, ascético, entusiasta, místico y sacramental (según <a href="http://www.ncd-media.de/product_info.php?info=p7_the-3-colors-of-your-spirituality.html">Christian A. Schwarz</a>). Es por eso que hay creyentes que simpatizan mucho más que otros con el uso de rituales o de elementos simbólicos de tipo físico (agua, una cruz, un icono), mientras que otros creyentes necesitan siempre una especial intensidad en su relación con Dios, de modo que son más sensibles a lo sobrenatural y, por paradójico que sea, otros creyentes se sienten más confiados en su experiencia espiritual cuando pueden expresar con un lenguaje claro y racional su comprensión de Dios.
Todos los estilos de espiritualidad son válidos y tienen sus virtudes, por decirlo así, pero también tienen la tendencia a determinados peligros: el estilo doctrinal puede caer en el “dogmatismo” y el estilo de guiado por la Biblia puede caer en el “biblicismo”, así como el estilo entusiasta puede caer en el “emocionalismo” y el racional en el “intelectualismo” o el místico en el “espiritualismo”. Lo que importa, con todo, es que cada estilo pueda potencias sus fortalezas y cuidarse de sus propios peligros. Esto es importante porque siempre es más fácil ver “la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”. Siempre se ha de mirar, con respecto a los otros estilos y sobre todo a los que son más opuestos, que haya un esfuerzo por valorar su “fortaleza”, lo que nos puede aportar.
La imagen de una antena, aunque es una metáfora imperfecta, nos permite pensar en la idea de “sintonía”, de entrar en un canal por donde entramos en otra dimensión, en una especie de ventana a una trascendencia que adviene a nosotros. En la Biblia se habla de Dios como quien viene, quien está viniendo, como quien se hace presente en la historia y en los relatos de vida de la gente. Por eso es importante que descubramos nuestro “estilo espiritual”, para comprender un poco mejor lo que nos mueve hacia “la presencia de Dios”, quien por medio de su Jesus el Cristo estableció su casa entre nosotros, para que veamos su gloria. Su gloria en el rostro de aquel que vino en carne, como uno de nosotros, “lleno de gracia y de verdad”.
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<title>Nacer de nuevo, nacer a la vida</title>
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<pubDate>Mon, 01 Jun 2015 12:35:06 +0000</pubDate>
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<description><![CDATA[Escuché estos días una estupenda exposición sobre los procesos de duelo. El Dr. Jorge L. Tizón explicó cómo enfrentamos procesos delicados frente a las pérdidas irremediables (muerte de seres queridos; pérdidas de trabajo, pareja, salud; migraciones) y que no siempre podemos elaborar adecuadamente estos procesos de duelo. Parece que vivimos siempre enfrentados a la muerte. […]
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner"><a href="/wp_content/uploads/2015/06/Como_nacer_de_nuevo.jpg"><img class="alignleft wp-image-2525 " src="/wp_content/uploads/2015/06/Como_nacer_de_nuevo_300x111.jpg" alt="Como-nacer-de-nuevo" width="397" height="147" /></a>Escuché estos días una estupenda exposición sobre los procesos de duelo. El Dr. Jorge L. Tizón explicó cómo enfrentamos procesos delicados frente a las pérdidas irremediables (muerte de seres queridos; pérdidas de trabajo, pareja, salud; migraciones) y que no siempre podemos elaborar adecuadamente estos procesos de duelo. Parece que vivimos siempre enfrentados a la muerte. Sin embargo, es lamentable, decía el Dr. Tizón, que con frecuencia se le recetan medicamentos a la gente para que “no sienta”, para anular todas las vivencias complejas del duelo. Parece que cuando vivimos menos el duelo, también vivimos menos la vida que tenemos por delante.
Esto nos lleva al texto del evangelio de Juan 3:1-17, donde Nicodemo viene a ver a Jesús de noche. Aquí Jesús le dirá algo a Nicodemo que parece extraño: has de nacer de nuevo. Para Nicodemo resulta incomprensible lo que le dice Jesús: por eso le dice “¿cómo puede un hombre nacer de nuevo siendo ya viejo?”. Es tan incomprensible, que incluso ironiza: “¿es que puede entrar por segunda vez en el seno y de su madre y nacer?”. Pero Jesús le habla de otra cosa, le habla de un segundo nacimiento, pero en otro sentido: no nacer al mundo o existencia, sino nacer a la vida.
Nicodemo vive en el mundo, en la vida ordinaria de la que forma parte, como todos la vivimos. Estamos dentro de unas condiciones de vida “normal”, donde todo es más o menos previsible o se espera que lo sea, donde tengamos bastante control y donde lo extraordinario no pasa todos los días. Por eso Nicodemo le dice a Jesús: “sabemos que vienes de Dios porque haces unos milagros que lo demuestran”. Es decir, que Nicodemo ve la presencia de Dios en esos milagros que realiza Jesús. Pero Nicodemo se equivoca, porque piensa que Dios solamente está allí, en esas señales extraordinarias. Nicodemo vive en un mundo “natural” u ordinario, y asume que Dios se hace presente cuando pasa algo extraordinario, algo milagroso. A nosotros nos pasa igual: creemos que Dios se hace presente solamente cuando pasa algo fuera de lo común, cuando ocurre lo que llamamos un milagro. Pero no vemos a Dios fuera de allí, no reconocemos la presencia de Dios en la vida ordinaria, en el día a día.
Por eso Jesús le dice que “uno ha de nacer de nuevo para vislumbrar el Reino de Dios”, es decir que hace falta nacer una segunda vez para poder mirar la presencia de Dios en nuestra vida. Y nacer de nuevo significa morir a lo anterior, morir a lo que nos impide ver la vida. Se trata de morir al miedo y a la ansiedad. El miedo y la ansiedad nos conducen a una vida temerosa, angustiada por el porvenir, atribulada por lo que no podemos controlar, prisionera de los miedos que suelen acomodarse en el camino de la vida “normal”. Nicodemo era “jefe”, miembro del Sanedrín y tiene un lugar de importancia, pero también tiene temor de que le vean acercarse a Jesús y por eso le visita de noche. Tiene interés de acercarse y conversar con él, porque algo le atrae, algo que le indica que puede encontrarse con lo que busca, algo que responda a la sed de Dios que tiene. Pero aún hay miedo o ansiedades que le mueven a la cautela. Por eso Jesús le dice: “es necesario que uno nazca de nuevo”.
Se trata de morir a la muerte y nacer a la vida. Como el en bautismo, cuando el agua y fuego del Espíritu te hace morir al pecado y te hace nacer a la vida nueva. Es un poder que hace sentir y ver, que te hace mirar y tocar lo que antes no podías experimentar: la presencia de Dios, allí en la vida ordinaria, en cada momento y cada situación. Entonces, nacer a la vida tiene que ver con la mirada que se pone en Jesús el Cristo, en su vida narrada en los evangelios, que muestra la presencia de Dios en medio de nosotros. Poner la mirada en Jesús el Mesías crucificado, que muestra la manera como Dios se solidariza con la humanidad entera en ese misterio de su amor. Poner la mirara en Jesús el Mesías resucitado, que nos entrega su vida espiritual y nos hace capaces de ver con ojos nuevos, nos hace capaces de darle la mano a nuestro prójimo y renueva nuestro corazón para que no viva lleno de miedo ni de tensión, sino que podamos vivir confiados en Dios.
Nacer de nuevo, es a lo que Jesús nos llama. A que muramos a la muerte de una vida atemorizada. Nacer de nuevo, es decir nacer a la vida con Dios, desde ahora y en cada momento, en el poder del Espíritu de Jesús el Cristo.
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<title>Iglesia Móvil</title>
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<pubDate>Tue, 07 Oct 2014 19:44:06 +0000</pubDate>
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<description><![CDATA[Convertirnos en una iglesia Móvil, no quiere decir que cada miembro lleve un “smartphone” , es decir uno de esos móviles que además de que sirven para llamar por teléfono, sirven para casi todo: enviar mensajes, hacer fotos, grabar videos, navegar por internet… No, ser una iglesia Móvil quiere decir otra cosa. Para empezar, quiere decir movernos […]
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<content:encoded><![CDATA[<div id="dslc-theme-content"><div id="dslc-theme-content-inner"><div id="yui_3_16_0_1_1412710136007_2142" style="text-align: justify;">Convertirnos en una iglesia Móvil, no quiere decir que cada miembro lleve un “smartphone” , es decir uno de esos móviles que además de que sirven para llamar por teléfono, sirven para casi todo: enviar mensajes, hacer fotos, grabar videos, navegar por internet… 
No, ser una iglesia Móvil quiere decir otra cosa. 
Para empezar, quiere decir movernos de lugar. Movernos de los bancos del domingo a la calle, movernos del culto a la gente que nos rodea en la vida diaria, movernos del grupo evangélico al resto de grupos en la ciudad, movernos de la comodidad a los retos de la misión. 
Significa movernos. Pero todos, no solamente algunos, sino todos los miembros, de todas las edades. 
Y nos movemos porque Jesús nos llama. Se aparece cerca de nuestra vida y nos dice: “Ven, sígueme”. Y Jesús se mueve, camina, se encuentra con más gente y conversa con ella, se sienta a comer con publicanos y pecadores. Es decir, con todo tipo de gente. 
Pero Jesús el Cristo te llama a ti y me llama a mí, para que le acompañemos y aprendamos a hacer lo mismo que él hace. 
Dios se mueve siempre: si el pueblo camina por el desierto, Dios camina con ellos de día y de noche; si la gente se larga al exilio, Dios también les acompaña y les sustenta; si alguien es llevado al hospital, Dios va allí y le visita; si alguien camina sin trabajo y se desespera, Dios le sostiene cada día y camina a su lado. 
Dios camina, acompaña, sustenta, consuela, fortalece, anima, da vida y esperanza. Es un Dios que se mueve, los lunes, martes, miércoles, cada día. Por la noche, al despertar, en la jornada más ardua, en los ratos de mayor soledad. Siempre se mueve a nuestro favor, porque su misericordia es nueva cada mañana. 
Por eso queremos aprender a movernos, a seguir a Jesús, a volvernos una comunidad Móvil. Porque la Misión (con M) se hace en el movimiento. Por eso, usamos este nombre, en cierto modo, un nombre nuevo como comunidad:</div>
<div id="yui_3_16_0_1_1412710136007_2222" style="text-align: justify;">Betlem – Móvil,</div>
con la “M” grandota, de “iglesia en Misión”
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<title>El Dios del quebrantado</title>
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<pubDate>Sat, 13 Sep 2014 11:35:48 +0000</pubDate>
<dc:creator><![CDATA[Església Evangèlica de Betlem]]></dc:creator>
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<h2>El que no quiso perdonar (Mateo 18:21-35)</h2>
23 »En el reino de Dios sucede algo parecido a lo que cierta vez sucedió en un país. El rey mandó llamar a sus empleados para que le informaran cómo andaban sus negocios y para que le pagaran todo lo que le debían.
24 »Cuando comenzó a sacar cuentas, le llevaron un empleado que le debía sesenta millones de monedas de plata. 25 Como el empleado no tenía dinero para pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa y sus hijos, y que vendieran también todo lo que tenía. Así, con el dinero de esa venta, la deuda quedaría pagada.
26 »Pero el empleado se arrodilló delante del rey y le suplicó: “Señor, déme usted un poco más de tiempo y le pagaré todo lo que le debo.”
27 »El rey sintió compasión de su empleado y le dijo: “Vete tranquilo; te perdono todo lo que me debes.”
28 »Al salir del palacio del rey, ese empleado se encontró con un compañero que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y le dijo: “¡Págame ahora mismo lo que me debes!”
29 »El compañero se arrodilló delante de él y le suplicó: “Dame un poco más de tiempo y te lo pagaré todo.”
30 »Pero aquel empleado no quiso darle tiempo, y mandó que metieran a su compañero en la cárcel, hasta que pagara el dinero que le debía.
31 »Los otros compañeros, al ver lo que había pasado, se molestaron mucho y fueron a contárselo al rey.
32 »Entonces el rey mandó llamar a aquel empleado y le dijo: “¡Qué malvado eres! Te perdoné todo lo que me debías, porque me lo suplicaste. 33 ¿Por qué no tuviste compasión de tu compañero, así como yo la tuve de ti?”
34 »El rey se puso furioso, y ordenó que castigaran a ese empleado hasta que pagara todo lo que le debía.
35 Jesús terminó diciendo: «Lo mismo hará Dios mi Padre con cada uno de ustedes, si no perdonan sinceramente a su hermano.»
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